“La vida no termina cuando se apaga el cuerpo, la vida empieza de nuevo”. Estas son las palabras que nos deja el alma de Stefany, una mujer de 92 años que nos explica los últimos momentos de su vida y los primeros en la Luz, incluso cómo asciende por el túnel del que todos hemos oído hablar.
Soy Stefany, pasé a ser Luz un domingo de verano, en la casa familiar, tenía a mis hijos y nietos acompañándome en ese momento. Yo había temido siempre a la muerte, pero en los últimos años fui encontrando la conformidad de vivir los días que me quedaban, agradecida a la vida por haberme dado la posibilidad de crear esa familia, no siempre del todo unida, pero sí en los momentos más importantes. Yo partí viejecita con 92 años, partí serena, conformada, acompañada, y en paz.
(…) En las últimas horas el color de la habitación fue cambiando, era más blanca y luminosa y aparecían como globos de luz que se desplazaban por la habitación, que al final se convirtieron en figuras luminosas que ponían sus manos en mi frente haciéndome sentir calmada. Tras cerrar mis ojos humanos, mi cuerpo anciano y enfermo, ya transformado en Luz, se liberó de la incapacidad que me limitaba y llegué a moverme sin impedimento. Veía llorar a mi familia y quise decirles que estaba bien, que no llorasen, pero esas figuras me contaron que tenían que pasar el duelo de la ausencia, que desapegarse de las personas queridas requiere un proceso, a veces muy doloroso. Estuvimos dos días con ellos, los escuchaba cómo hablaban de sus recuerdos, de cuando eran niños, las vacaciones en aquella misma casa donde también murió mi madre; hablaban de las comidas navideñas y de las bufandas que les hacía las tardes de invierno. Les vi llorar pero también reír y lo más importante es que sentí su amor hacia mí, un amor tan puro que hizo sentirme preparada para avanzar con aquellas almas que me acompañaban, ellas con sus manos en alto llamaron a la Luz que nos cubrió, y empezó una ascensión rápida por un túnel luminoso que parecía un camino no visible a los ojos humanos, por él transitamos un buen rato, era una elevación agradable, que solo podía llevar a un buen lugar, y así fue, desaceleramos hasta una gran puerta abierta de tonos dorados donde se encontraban varias personas, entre ellas mis padres y mi querida hermana Loren. Fue un bello reencuentro, el principio de una nueva vida, lo único que me apena es no poderles decir a mis hijos y nietos que no vivan con miedo a morir, con miedo a que no exista nada más. Me gustaría hacerles llegar que la vida no termina cuando se apaga el cuerpo, la vida empieza de nuevo.
©Júlia García. Se concede permiso para compartir sin alteraciones, citando la autora y el sitio web: https://unashorasdeluz.wordpress.com/ https://www.facebook.com/unashorasdeluz/